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La escena primordial de la seducción

Por Rubén H. Ríos 16 de agosto de 2009

Publicado en Perfil -Cultura

"Para Butler, la transferencia psicoanalítica es el momento de la reproducción de la escena primordial de la seducción. Si el pensamiento psicoanalítico, como excepción a las retóricas de la transmisión clínica, a veces dialoga con la filosofía (o, mejor dicho, la utiliza para sus fines), el caso es que ésta -por lo menos desde los trabajos pioneros de Max Horkheimer en los años 30- ha desarrollado una larga estela de diálogo con el psicoanálisis. En esa secuencia se inscribe un flanco de la obra de Judith Butler (1956), en la actualidad una de las teóricas del feminismo queer más reconocidas, como queda claro en este ensayo sobre ética y subjetividad en el que se funde la hermenéutica del sujeto de Foucault, las reflexiones morales de Adorno y Levinas y las teorías sobre el proceso primario de Jean Laplanche. En conformidad con éste último y para desconcierto del campo lacaniano, por decir así, Butler propone que el inconsciente no es el discurso del Otro (según lo establece Lacan en uno de sus écrits: “El seminario sobre la carta robada” sino la emergencia corporal arcaica y predípica ante la “seducción original” del mundo adulto, con lo cual retoma (sin decirlo) una de las primeras hipótesis de Freud, luego abandonada, y en parte la premisa con la que jugaba Baudrillard en De la seducción (1979), pero al servicio de otros fines. Estos se refieren, en un sentido foucaultiano, a la posibilidad de un sujeto ético fundado en el desconocimiento de sí, en la imposibilidad de narrarse por completo como “yo” y cuerpo afectivo y pulsional, al margen de la normatividad y de los códigos morales hasta cierto punto. Haciendo girar la noción de epimeleia heautou (“la inquietud de sí”) de Foucault, en oposición a la de gnothi seauton (“conócete a ti mismo”), Butler reconduce esa ética del sí mismo hacia el Otro levinasiano convertido en fantasma del enigma del propio deseo o de la “representación-cosa” primaria de la que surgiría todo sujeta y a la que está sujetado o sometido sin saber cómo. La opacidad originaria de la subjetividad, en consecuencia, permanece irreductible y de la misma manera que no exista una estructura última de la identidad tampoco hay ningún medio cierto para saber quién es el “otro” o qué quiere de nosotros. Desde luego, la producción social de los sujetos con relación a ciertas normas y reglas, en la medida que expresan relaciones de poder, instituye la sustancia ética y la responsabilidad ante sí mismo y los demás recurriendo directamente a la violencia y el terror. La filosofía moral de Butler, al contrario, tiene como punto de partida el límite del yo y la conciencia (una forma de kantismo) respecto de su formación y composición identitaria en el deseo ajeno, de modo que las relaciones intersubjetivas requieren más que reconocimiento mutuo (según el modelo de Hegel), tolerancia y respeto por la vulnerabilidad y singularidad imprescriptibles de los sujetos en términos universales. En otras palabras, todo consistiría en responder a la interpelación del Otro según esas marcas afectivas que ha dejado el amor en la infancia y que constituyen la “verdad” de lo humano en general. Por esta razón, para Butler, la transferencia psicoanalítica es el momento de la reproducción y renovación de la escena primordial de la seducción, y el analista, la figura que representa el deseo primitivo de Otro que ha moldeado toda subjetividad. Este “trauma anárquico”, a juicio de Levinas, que funda la vida afectiva y pulsional, se realiza sin mediación de palabra, discurso sin mediación de palabra, discurso o logos alguno, y tiene poder de originar la susceptibilidad y la receptividad no querida de los otros, lo que nos haría responsables de ellos justamente en cuanto nos afectan y nos seducen (lógica fatal, diría Baudrillard) sin opción. A diferencia del psicoanálisis freudiano o de las psicologías del yo, que demandan la autoconciencia del “ello” o del inconsciente, no hay en el psiquismo de Butler ninguna instancia adulta para recomponer la integridad del sujeto, un deseo propio liberado de la alteridad deseante primaria que lo impulsa a desear y que vuelve a cada uno ajeno a sí mismo. El carácter falible y no voluntario de amor, la extranjeridad encriptada en el corazón del sujeto cifran esta ética del a responsabilidad ante el Otro en las relaciones amorosas (en el fondo, no hay diferencia) o sociales. En cualquier caso, el diálogo de Butler con el psicoanálisis, en ese “dar cuenta de sí mismo” como subjetividad ética que persigue más allá de la identidad, cuestiona el canon psicoanalítico (lo simbólico lacaniano, de modo expreso) con el concepto de “significante enigmático” de Laplanche, entre otros desplantes."

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