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Ni ataque ni celebración acrítica

Por Fernando Laborda 27 de mayo de 1998

Publicado en La Nación

La sociedad posindustrial ha dado lugar a una cosmovisión que condujo a considerar la tecnología como sustancia fundante de la realidad, a partir de la cual se fija un único marco de referencia de lo existente. La realidad aparece totalizada y se dificulta una armonía de las diferencias. Bajo tal lógica, quienes no se integren a esa imagen del mundo podrían ser considerados víctimas de la infrarracionalidad o de la irracionalidad. Estas reflexiones son a menudo aplicadas al fenómeno del posmodernismo, un concepto que, de acuerdo con Scott Lash -profesor de sociología de la Universidad de Lancaster-, pese a estar en boca de todos, no ha sido hasta el momento objeto de un estudio sistemático serio. El autor de este trabajo intenta, entonces, un análisis sociológico que vaya más allá tanto de la celebración acrítica que de lo posmoderno ha hecho el francés Jean Baudrillard como de los ataques que, en el plano filosófico-moral, le lanzó el alemán Jürgen Habermas. La tesis central del libro de Lash es que, mientras la modernización fue un proceso de diferenciación cultural, la posmodernización es un proceso de des-diferenciación. Esto se traduce en la dificultad para discernir dónde termina la institución comercial y dónde comienza el producto cultural, y en el conflicto entre el significante y el referente o entre la representación y la realidad. El proceso de des-diferenciación también es analizado a partir del paso del cine realista al cine posmodernista, donde el espectáculo predomina sobre el relato y donde los géneros se mezclan. El autor sostiene que la cultura posmoderna está asociada en gran medida a la restauración de la identidad burguesa, al tiempo que tiende a fragmentar la identidad de la clase obrera. Pese a eso, el posmodernismo presenta extraños fenómenos, tales como el atractivo que posee una cantidad de objetos culturales no sólo para los yuppies, sino también para simpatizantes izquierdistas. Algo fácilmente explicable si se considera que la nueva elite ha dejado de ser elite para convertirse en masa. En respuesta a acérrimos críticos de la era posmodernista, Lash, al analizar las posibles implicancias del posmodernismo y la des-diferenciación cultural en la política, señala como consecuencias la hostilidad al Estado fuerte y al partido de vanguardia y la adhesión al pluralismo. Samuel Beer, politicólogo de la Universidad de Harvard, concluye en tal sentido que el ethos antiautoritario de la cultura pop ha llevado a los trabajadores a cuestionar no sólo a los empleadores y al Estado burocrático, sino además a las jerarquías de los sindicatos. ¿Cómo es factible que un paradigma cultural cuyo principio es la des-diferenciación contribuya a una cultura política basada en el pluralismo y, por ende, en la reivindicación de las diferencias? He aquí uno de los tantos interrogantes a los que Lash intenta, no sin dificultades, dar respuesta. El particular análisis del pensamiento de los posestructuralistas franceses -como Foucault y Lyotard-, de la Escuela de Frankfurt y de Pierre Bourdieu otorgan a la obra un condimento especial.

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