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El texto embarazado

Por Fernando Castro Flórez 1 de septiembre de 2008

Publicado en Exit Book - N°9

"Puede que no tenga ningún sentido “comentar” un libro que tiene, en palabras de la autora, el carácter de los parpadeos de ser. Porque La llegada de la escritura se lee con un inmenso placer pero, desde el principio, bloquea o vuelve rígida la glosa. El deseo vital y extremo que atraviesa estas luminosas páginas está más cerca de lo poético que de la categorización filosófica. Cixous parte del miedo que lleva a un reforzamiento del amor que, de suyo, impediría que ganara la muerte. “Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorpender jamás por el abismo”. El soplo del discurso va y viene en torno al eje magnético del rostro de la madre, aquella que regalaba su sonrisa y la musicalidad de la voz, mientras la esperanza en la obtención de la gracia del Rostro se mantenía en suspenso. Estamos ante una estructura que mira o, mejor, que quiere ver todo, porque en el fondo, esta mujer ha escrito para ver y tener lo que nunca hubiera tenido. Surge el paradójico deseo de querer contemplar con sus ojos la desaparición mientras se acaricia y saborea con la lengua el cuerpo amado. Sabemos que la escritura es lo que no termina nunca, como si recogiera aquella promesa de eternidad que Stendhal cifró en la belleza. No hay que perder nunca de vista el dolor ni traicionar la fragilidad de la vida. Si bien es cierto que se vive siempre sin razón, la escritora tiene miedo de que la existecia se vuelva extraña. Tenemos que albergar en el seno del texto lo inesperado o, en otros términos, conseguir un cuerpo metamórfico gracias a la inagotable terrenalidad de la escritura que, literalmente, nos atraviesa. Cixous deposita fragmentos “autobiográficos” en esta canción rítmica sobre la llegada de la escritura, por ejemplo cuando recuerda como se sentía excluida, ajena a la lengua fracesa o, peor, una impostora, alguien que carecía de legitimidad: su lengua materna era el alemán y, además, esta “hija del libro” estaba definitivamente inscritpa en la distancia, destinaa a ser nadie: “he tenido la ‘suerte’ de dar mis primeros pasos sobre brasas entre dos holocaustos: en pleno racismo, tener tres años en 1940, ser judía, una parte de mí en los campos de concentración, una parte de mí en las ‘colonias’”. La leche de las palabras es lo que habría dotado a su vida de un sentido. Los enfantasmas, esto es, los fantasmas de la infancia, esos que da a luz la fantasía, entregan a Hélène Cixous la conciencia de que el padre tiene miedo y la madre resiste. En bena medida, la propia escritora tuvo que amamantarse con la escritura para escapar de todo aquello que la impedía expresarse. Lo que quiere convocar Cixous es la lengua que hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas. La hija de la voz está afinada en la escucha de lo intraducible. Es la lectura lo que revela que la escritura es lo infinito e indesgastable. Es falso que estemos en la condición del que ha leído todos los libros y siente que la carne es triste, antes al contrario, el placer del texto tiene que ver con la seguridad de que siempre (hay) por leer. Las maravillosas páginas en las que nos invita a hacer el amor a la escritura (alimentada de risa y leche) que no cesa en el combate alegórico contra la guerra, dan paso a una descripción muy cruda de la forma como se construye la mujer en la sociedad falocrática: “Te agarran por los pechos, te despluman el trasero, te tiran en una cacerola, te saltean al esperma, te agarran por el pico, te meten en un fogón, te engrasan con aceite conyugal, te encierran en tu jaula. Y ahora, pon tus huevos”. Resulta que no se “hace una mujer” sino que se guisa una gallina. La brutal cobardía de los machos impone su violencia sin sentido, ese exorcismo que está barnizado con toda clase de parafernalias (pseudo)categoriales. Frente al poder impotente de los hombres, Cixous saca sus grandes tijeras (ciseaux), si bien su intención no es la de cortar sino la de anudar. A esta escritora le gusta dar a luz: Me gustaban los partos. Mi madre es partera. Siempre me agradó ver parir a una mujer”. Esa es la potencia de la feminidad. Al ver a una mujer parir se la tiene que amar. El ansia de escribir no es aquella mayéutica socrática transformada en el “saber del esclavo”, sino, insisto, un amamantar con leche de tinta lo que nos obsesiona. Cixous está preñada de homofonías, juegos de palabras y neologismos, dispuesta a que, a la manera surrealista, el texto sea el territorio erótico. No tiene ningún sentido sexcusarse, no hay lugar desde donde escribir ningún domicilio (d’hommicile). Tal vez escribir sea una  manera de no lograr hacer el duelo de la muerte: sin esperanza, sin nadie cerca de ti. Aunque la mujer esté siempre más cerca de la pérdida puede que no sea necesario abismarse en la no-relación. Más que un nihilismo resentido, el programa mínimo que Cixous declama es una defensa de la vida arriesgada: “atrévete a lo que no te atreves”. No debes nada a la ley: gana tu libertad, vomita todo, dalo todo y busca el yo (cherche le je). Hay que desconfiar de los nombres y caminar más allá de los códigos que marca la sociedad de Puncionamiento Cacapitalista”. Si escribes-mujer es porque intentas hacer el amor al Amor. El único tormento de Hélène Cixous es el de (tal vez) no escribir tan bello como el Amor. Las fluidas páginas de La llegada de la escritura demuestran que ella es capaz de hacer el gesto supremo por excelencia, el de la entrega amorosa. En el desplazamiento desde el canto a la madre, esa que da vida, a los sueños del cuerpo o la pugna por un lenguaje que esté cerca de aquello que es incapaz de hacer pasar. Cixous exhibe un pensamiento pregnante. Sus deseos nos tocan y esperan una correspondencia: “quieres despertar a los muertos, quieres recordarles a las personas que en otro tiempo lloraron de amor, y temblaron de deseos y que estaban entonces cerquita de la vida y que desde entonces pretenden sin regua alejarse de ella. Continuidad, abundancia, deriva, ¿es esto específicamente lo femenino? Así lo creo. Y cuando semejante torrente se escribe desde un cuerpo de hombre, significa que en él la feminidad no está prohibida”. El texto fascinante de Hélène Cixous concluye metaforizando a las mujeres con los peces que estarían en la escritura como estos en el agua, algo que habría suscrito María Zambrano desde su intenso pensamiento poético. El sentido de la lengua y la transformación del inconsciente llegan, como todo lo que importa, de forma inesperada, como un regalo en el que están escritos deseos que siempre hablan de (lo) otro."

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